18 de junio de 2010

José de Sousa Saramago (Azinhaga, Santarém, Portugal, 16 de noviembre de 1922 - Tías, Las Palmas, España, 18 de junio de 2010)


Cuántas veces precisamos la vida entera para cambiar de vida, lo pensamos tanto, tomamos impulso y vacilamos, después volvemos al principio, pensamos y pensamos, nos movemos en los carriles del tiempo con un movimiento circular, como los remolinos que atraviesan los campos levantando polvo, hojas secas, insignificancias, que a más no llegan sus fuerzas, mejor sería que viviéramos en tierra de tifones. Otras veces es una palabra cuanto basta.


Es difícil ser amigo de alguien. Quiero decir: es, sobre todo, difícil saber hasta qué punto se es amigo de alguien. Las personas se encuentran a veces, hablan, caen o no caen en confidencias, en intimidades aunque sean escasas, y luego encuentran que son amigas, se asombran de que no lo fueran antes o desde siempre, no se asombran de que vayan a ser amigas hasta el fin de los días... véase cuán poco.

Cuando digo que la democracia se suicida diariamente, pierde espesor y se desgasta, disminuyendo su densidad, estoy hablando de un sentimiento que nos afecta, a nosotros, ciudadanos. Sentimos, y sufrimos con eso, que no tenemos importancia en el modo como funciona la sociedad.
Podemos escoger nuestros representantes, elegirlos, hay representación democrática, todo funciona dentro del sistema, de sus condicionamientos, pero la verdad es que nuestra capacidad de cambiar los destinos del país y del mundo está limitada por la propia organización democrática. El poder efectivo real es, a buen seguro, el poder económico.

Me gustaría escribir un libro feliz; yo tengo todos los elementos para ser un hombre feliz; pero sencillamente no puedo. Sin embargo hay una cosa que sí me hace feliz, y es decir lo que pienso.

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