23 de agosto de 2010

Enrique Ortiz de Landázuri Izardui (11 de agosto de 1967 en Zaragoza, España)

Aquí está el fugitivo de siempre
Aquí la eternidad que fue un instante
Aquí donde ninguno de vosotros se atreve
Aquí nuestros besos comunicantes

Aquí no hay nadie a quien seguir
Aquí que nadie es un huésped fijo
Aquí sigo viviendo bien sin mí
Aquí sólo quiero estar contigo

Aquí seguro de hacer lo incorrecto
Aquí porque no hay suficientes pruebas
Aquí como un inválido en el desierto
Aquí me quedo
Aquí con ella.



Cuando en la mañana me alla ido
no tendras mio ni un recuerdo
solo un hueco en la almoada
donde meter tu olvido

nadaras en nombres
y pasaras sobre el mio
como quien anda en un camino
tantas veces recorrido

sueña lejos de la trizteza
sueña lejos del dolor
como sino hubiera recorrido
y aun tuvieras intacto tu corazon.

Se ha ido la luz
Pero aún así
Te veo mucho mejor


Se ha ido la luz

Entre tú y yo

Te busco a tientas

Y me logro aferrar
A ese hilillo de voz

Hoy brilla el sol...

No pierdas de vista la esencia

Que la indiferencia nos quiso robar
Te busco en el color magenta
Que tu impertinencia borró al pasar



Luna menguante
Contigo se van
Las fuerzas que en parte
El sol me da
Luna menguante
Oculta entre nubes
Hasta que te marches
No pienso salir
Esta locura que viene y se va
Y si es un espejismo, es demasiado real




9 de agosto de 2010

Rosario Castellanos (Ciudad de México, México; 25 de mayo de 1925 - Tel Aviv, Israel; 7 de agosto de 1974)

(...) La soledad trazó su paisaje de escombros.
La desnudez hostil es su cifra ante el hombre.

Sin embargo, recuerdo...

En un día de amor yo bajé hasta la tierra:
vibraba como un pájaro crucificado en vuelo
y olía a hierba húmeda, a cabellera suelta,

a cuerpo traspasado de sol al mediodía.
Era como un durazno o
como una mejilla
y encerraba la dicha
como los labios encierran cada beso.

Ese día de amor yo fui como la tierra:
sus jugos me sitiaban tumultuosos y dulces

y la raíz bebía con mis poros el aire
y un rumor galopaba desde siempre
para encontrar los cauces de mi oreja.
Al través de mi piel corrían las edades:
se hacía la luz, se desgarraba el cielo
y se extasiaba -eterno- frente al mar.

El mundo era la forma perpetua del asombro
renovada en el ir y venir de la ola,
consubstancial al giro de la espuma
y el silencio, una simple condición de las cosas.

Destierro

Hablábamos la lengua
de los dioses, pero era también nuestro silencio
igual al de las piedras.
Éramos el abrazo de amor en que se unían
el cielo con la tierra.

No, no estábamos solos.
Sabíamos el linaje de cada uno
y los nombres de todos.
Ay, y nos encontrábamos como las muchas ramas
de la ceiba se encuentran en el tronco.

No era como ahora
que parecemos aventadas nubes
o dispersadas hojas.
Estábamos entonces cerca, apretados, juntos.
No era como ahora.

Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.