24 de agosto de 2009

Charles Pierre Baudelaire (9 de abril de 1821 - 31 de agosto de 1867)

Mi juventud no fue sino un gran temporal
Atravesado, a rachas, por soles cegadores;
Hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros
Que apenas, en mi huerto, queda un fruto en sazón.
He alcanzado el otoño total del pensamiento,
y es necesario ahora usar pala y rastrillo
Para poner a flote las anegadas tierras
Donde se abrieron
huecos, inmensos como tumbas.
¿Quién sabe si los nuevos brotes en los que sueño,

Hallarán en mi suelo, yermo como una playa,

El místico alimento que les daría vigor?
-¡Oh dolor! ¡Oh dolor!
Devora vida el Tiempo,
Y el oscuro enemigo que nos roe el corazón,
Crece y se fortifica con nuestra propia sangre.


Ven a mi pecho, alma sorda y cruel, Tigre adorado, monstruo de aire indolente; Quiero enterrar mis temblorosos dedos
En la espesura de tu abundosa crin;

Sepultar mi cabeza dolorida
En tu falda colmada de perfume
Y respirar, como una ajada flor,
El relente de mi amor extinguido.
¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir!
En un sueño, como la muerte, dulce,
Estamparé mis besos sin descanso
Por tu cuerpo pulido como el cobre.
Para ahogar mis sollozos apagados, Sólo preciso tu profundo lecho;
El poderoso olvido habita entre tus labios Y fluye de tus besos el Leteo.
Mi destino, desde ahora mi delicia, Como un predestinado seguiré;
Condenado inocente, mártir dócil
Cuyo fervor se acrece en el suplicio.
Para ahogar mi rencor, apuraré
El nepentes y la cicuta amada, del pezón delicioso que corona este seno el cual nunca contuvo un corazón.

La avenida estridente en torno de mí aullaba.
Alta, esbelta, de luto, en pena majestuosa,
pasó aquella muchacha. Con su mano fastuosa
Casi apartó las puntas del velo que llevaba.

Ágil y ennoblecida por sus piernas de diosa,
Me hizo beber crispado, en un gesto demente,
En sus ojos el cielo y el huracán latente;
El dulzor que fascina y el placer que destroza.

Relámpago en tinieblas, fugitiva belleza,
Por tu brusca mirada me siento renacido.
¿Volveré acaso a verte? ¿Serás eterno olvido?

¿Jamás, lejos, mañana?, pregunto con tristeza.
Nunca estaremos juntos. Ignoro adónde irías.
Sé que te hubiera amado. Tú también lo sabías.

15 de agosto de 2009

Hermann Karl Hesse (Calw, Baden-Wurtemberg, Alemania, 2 de julio de 1877 – Montagnola, Tesino, Suiza, 9 de agosto de 1962)

Lobo estepario
Yo, lobo estepario, troto y troto,

la nieve cubre el mundo,

el cuervo aletea desde el abedul,
pero
nunca una liebre, nunca un ciervo.
¡Amo tanto a los ciervos!

¡Ah, si encontrase
alguno!
Lo apresaría entre mis dientes y mis patas,

eso es lo más hermoso que imagino.
Para los afectivos tendría buen corazón,
devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles,

bebería hasta hartarme de su sangre rojiza,

y luego aullaría toda la noche, solitario.

Hasta con una liebre me
conformaría.
El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche.
¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar
una pizca la vida está lejos de mí?
El pelo de mi cola tiene ya un color gris,
apenas puedo ver con cierta claridad, y hace años que murió mi compañera.
Ahora troto y sueño con ciervos,
troto y sueño con liebres, oigo soplar el viento en noches invernales, calmo con nieve mi garganta ardiente, llevo al diablo hasta mi pobre alma.


"Érase una vez un individuo, de nombre Harry, llamado el lobo estepario. Andaba en dos pies, llevaba vestidos y era un hombre, pero en el fondo era, en verdad, un lobo estepario. Había aprendido mucho de lo que las personas con buen entendimiento pueden aprender, y era un hombre bastante inteligente. Pero lo que no había aprendido era una cosa: a estar satisfecho de sí mismo y de su vida. Esto no pudo conseguirlo. Acaso ello proviniera de que en el fondo de su corazón sabía (o creía saber) en todo momento que no era realmente un ser humano, sino un lobo de la estepa. Que discutan los inteligentes acerca de si era en realidad un lobo, si en alguna ocasión, acaso antes de su nacimiento ya, había sido convertido por arte de encantamiento de lobo en hombre, o si había nacido desde luego hombre, pero dotado del alma de un lobo estepario y poseído o dominado por ella, o por último, si esta creencia de ser un lobo no era más que un producto de su imaginación o de un estado patológico. No dejaría de ser posible, por ejemplo, que este hombre, en su niñez, hubiera sido acaso fiero e indómito y desordenado, que sus educadores hubiesen tratado de matar en él a la bestia y precisamente por eso hubieran hecho arraigar en su imaginación la idea de que, en efecto, era realmente una bestia, cubierta sólo de una tenue funda de educación y sentido humano. Mucho e interesante podría decirse de esto y hasta escribir libros sobre el particular; pero con ello no se prestaría servicio alguno al lobo estepario, pues para él era completamente indiferente que el lobo se hubiera introducido en su persona por arte de magia o a fuerza de golpes, o que se tratara sólo de una fantasía de su espíritu. Lo que los demás pudieran pensar de todo esto, y hasta lo que él mismo de ello pensara, no tenía valor para el propio interesado, no conseguiría de ningún modo ahuyentar al lobo de su persona"

10 de agosto de 2009

Enrique Ortiz de Landázuri Izardui ( 11 de agosto de 1967 en Zaragoza)

BUNBURY
Canto por que me levanto
siempre con las mismas penas

con las heridas abiertas
que siguen sin sicatrizar

Vago por las veredas
por desiertos, por la selva

surcando los anchos mares
hacia ningun lugar
Canto por que me canso
de dar explicaciones

no tengo soluciones
para que tanto preguntar
Salto de cama en cama
de boca a boca
de falda en falda
no vuelvo por donde vine
nunca miro hacia atras
Y no hay mejor ni peor
pues con la gente que tropiezo

sufren del mismo dolor

SOL DE MI VIDA
FUÍ UN FRACASAO
Y EN MI CAIDA
BUSQUÉ DE HECHARTE A UN LAO
POR QUE TE QUISE TANTO
TANTO QUE EN MI RODAR
PARA SALVARTE
SOLO SUPE HACERME ODIAR.
Y HOY DESPUES DE UN AÑO ATROZ
TE VI PASAR
ME MORDÍ PA NO LLAMARTE






3 de agosto de 2009

Rosario Castellanos (Ciudad de México, México; 25 de mayo de 1925 - Tel Aviv, Israel; 7 de agosto de 1974)

Es necesario, a veces, encontrar compañía.
Amigo, no es posible ni nacer ni morir
sino con otro. Es bueno
que la amistad le quite
al trabajo esa cara de castigo
y a la alegría ese aire ilícito de robo.
¿Cómo podrás estar solo a la hora
completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,
hasta el amanecer?



¿Qué hay más débil que un dios?
Gime hambriento

y husmea la sangre de la víctima
y come sacrificios y busca las entrañas de lo creado,
para hundir en ellas
sus cien dientes rapaces.
(Un dios. O ciertos hombres que tienen un destino)
Cada día amanece y el mundo es nuevamente devorado.

(...)Para el amor no hay tregua, amor. La noche
no se vuelve, de pronto, respirable. Y cuando un astro rompe sus cadenas y lo ves zigzaguear, loco, y perderse, no por ello la ley suelta sus garfios. El encuentro es a locuras. En el beso se mezcla el sabor de las lágrimas. Y en el abrazo ciñes el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.


Quisimos aprender la despedida
y rompimos la alianza
que juntaba al amigo con la amiga.
Y alzamos la distancia
entre las amistades divididas.

Para aprender a irnos, caminamos.
Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,
los verdeantes prados.
Miramos su hermosura
pero no nos quedamos.

Llevamos nuestros pies
donde la soledad tiene su casa
y allí nos detuvimos para siempre.
En silencio aguardamos
hasta aprender la muerte.



Temí... no el gran amor.

Fui inmunizada a tiempo y para siempre con un beso anacrónico
y la entrega ficticia
—capaz de simular hasta el rechazo— y por el juramento, que no es más retórico porque no es más solemne.
No, no temí la pira que me consumiría sino el cerillo mal prendido y esta ampolla que entorpece la mano con que escribo.