23 de febrero de 2012

Concha García (Tarrasa, 28 de octubre de 1958)

Cansancio

Sentada es como si bebiera largos tragos de playa,
pócimas de tonterías y me cortase las uñas,
sin compañía. Es un cuento más, una residencia
cara. Piso el suelo con bocados de ansiedad
y me lleno de reliquias el cuerpo, salgo
asustando. Repito en larguísimo silencio
abulias y taconeo deslizándome sin prisa
por las avenidas buscando un no sé qué, aquello
que no se nombra porque no se sabe y acapara
gran parte del día ponerme bajo una sombra.
La que sea, a estas alturas elijo la que sea.


Amaneciendo en soledad

Sí que es ser de día vestirme
cuando no tengo un sosiego enfrente
ni nada en el costado, chupada
de lástima voy vertiendo el traje
en mis brazos y lo encajo
como un sueño deseando un desnudo
más constante. Más siempre.

Dejando de amar
Ya no le digo te quiero a nadie,
he perdido el sur del vestido y las
costuras se abren, parezco una tela
inflexionada, una rota lana.
Me río de tanta lluvia, a veces
el aliento es iracundo y lunático,
la frescura y el atrevimiento
se han hecho detritus, pondero
por eso todo amor deshilachado,
me aceito de madrugadas pasivas
y al mirar por la ventana se va
aquel dramatismo de antaño,
aquella ira romántica que
ponía un precio a la aventura.


1. Dicha

Tengo todo el instante resumido en un libro
y me abro de piernas para mentir:
la vida es un puzzle, preparo el potingue
de delicioso residuo y me congratulo con dios
muchas veces. Todas. A lo mejor me voy
poco espantada. La veterana de largo sentido
es un poco triste, le acongoja el desdén
la repulsa, el desprecio, la desdicha.
Nacida para ser pronunciada mientras se arde
con la figura tiritante, a lo largo de otros
brazos, a lo largo de ellos sólo.


2. El recuerdo

Una pena repta por su ombligo. Ayer
ayer me dijo oblicuamente amor mío y
hoy, hoy tengo que ser áspera con la memoria,
enlazar las manos con ansiedad, tomar cafés,
hacerme cueva o nimiedad.
 

Amos Oz (Jerusalén, 4 de mayo de 1939)

El pájaro del lecho del mar

Un poco antes de morir
un pájaro sobre una rama me sedujo.
Narimi me rozó su pluma me rodeó por completo
con una placenta de mar.

Mi viudo por las noches disuelve su lecho, adónde se ha ido
el amor de su vida. Mi huérfano se ha marchado lejos
a descifrar enigmas.
Esposa niña, tú eres la mujer de los dos, tuyo es mi camisón
tuyo es su amor. Mi carne se ha consumido.
Ponedme como sello.
 

Envuelto en sombras la luz proclama

Viudo y padre. Paciente y recto Como una rama.
Por las noches se avergüenza en la cama.
Al otro lado duerme una mujer que ama.

El sueño se resiste. Ella está al otro lado
sola y desnuda de costado,
Hija mía. Esposa. Tesoro hallado.

La luz de la mesilla tiene que encender.
En la foto de la cómoda, su hijo. Su mujer.
Se arrastra hacia la cocina. Quiere beber.

Vuelve a su habitación. Se sienta. Bebe un vino embriagador.
Se ensimisma frente a la pantalla del ordenador.
Teclea: un verano agotador.

Desde el jardín oscuro un pájaro le reclama,
envuelto en sombras la luz proclama.
Narimi Narimi. ¿Recuerdas? Te llama.
Se levanta. Desea ir a taparla, huir de su soledad,
extender sobre su sueño un ala de padre de avanzada edad.
Vuelve a la cama. Domina su piedad.
Se olvida de su cuerpo. Se atormenta. Se mueve.
Vuelve a dar la luz. Casi las cinco de la madrugada. Llueve.
En el Tibet las cinco son ya las nueve.


Es duro

Abre los ojos con las primeras luces. Las cadenas montañosas
parecen una mujer robusta y tranquila
durmiendo de lado después de una noche de amor.
Una suave brisa, satisfecha de sí misma,
mueve la tela de su tienda.
La hincha, la agita, como un vientre cálido. Sube y baja.

Con la punta de la lengua toca ahora
el hueco de la palma de su mano izquierda,
el punto más interno de la palma. Le da la sensación
de estar tocando un pezón suave, duro.


Pero cómo
Abandonarla, dices, es fácil decirlo,
abandonarla como un piloto de combate
que abandona un avión
sin control o en llamas. ¿Pero cómo se salta
de un avión caído, hecho pedazos y oxidado
o hundido en las profundidades del mar?