Atravesado, a rachas, por soles cegadores;
Hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros
Que apenas, en mi huerto, queda un fruto en sazón.
He alcanzado el otoño total del pensamiento, y es necesario ahora usar pala y rastrillo
Para poner a flote las anegadas tierras Donde se abrieron huecos, inmensos como tumbas.
¿Quién sabe si los nuevos brotes en los que sueño,
Hallarán en mi suelo, yermo como una playa,
El místico alimento que les daría vigor? -¡Oh dolor! ¡Oh dolor!
Devora vida el Tiempo, Y el oscuro enemigo que nos roe el corazón,
Crece y se fortifica con nuestra propia sangre.
Ven a mi pecho, alma sorda y cruel, Tigre adorado, monstruo de aire indolente; Quiero enterrar mis temblorosos dedos
En la espesura de tu abundosa crin;
Sepultar mi cabeza dolorida En tu falda colmada de perfume
Y respirar, como una ajada flor, El relente de mi amor extinguido.
¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir!
En un sueño, como la muerte, dulce,
Estamparé mis besos sin descanso Por tu cuerpo pulido como el cobre.
Para ahogar mis sollozos apagados, Sólo preciso tu profundo lecho;
El poderoso olvido habita entre tus labios Y fluye de tus besos el Leteo.
Mi destino, desde ahora mi delicia, Como un predestinado seguiré;
Condenado inocente, mártir dócil Cuyo fervor se acrece en el suplicio.
Para ahogar mi rencor, apuraré El nepentes y la cicuta amada, del pezón delicioso que corona este seno el cual nunca contuvo un corazón.
En la espesura de tu abundosa crin;
Sepultar mi cabeza dolorida En tu falda colmada de perfume
Y respirar, como una ajada flor, El relente de mi amor extinguido.
¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir!
En un sueño, como la muerte, dulce,
Estamparé mis besos sin descanso Por tu cuerpo pulido como el cobre.
Para ahogar mis sollozos apagados, Sólo preciso tu profundo lecho;
El poderoso olvido habita entre tus labios Y fluye de tus besos el Leteo.
Mi destino, desde ahora mi delicia, Como un predestinado seguiré;
Condenado inocente, mártir dócil Cuyo fervor se acrece en el suplicio.
Para ahogar mi rencor, apuraré El nepentes y la cicuta amada, del pezón delicioso que corona este seno el cual nunca contuvo un corazón.
La avenida estridente en torno de mí aullaba.
Alta, esbelta, de luto, en pena majestuosa,
pasó aquella muchacha. Con su mano fastuosa
Casi apartó las puntas del velo que llevaba.
Ágil y ennoblecida por sus piernas de diosa,
Me hizo beber crispado, en un gesto demente,
En sus ojos el cielo y el huracán latente;
El dulzor que fascina y el placer que destroza.
Relámpago en tinieblas, fugitiva belleza,
Por tu brusca mirada me siento renacido.
¿Volveré acaso a verte? ¿Serás eterno olvido?
¿Jamás, lejos, mañana?, pregunto con tristeza.
Nunca estaremos juntos. Ignoro adónde irías.
Sé que te hubiera amado. Tú también lo sabías.
Alta, esbelta, de luto, en pena majestuosa,
pasó aquella muchacha. Con su mano fastuosa
Casi apartó las puntas del velo que llevaba.
Ágil y ennoblecida por sus piernas de diosa,
Me hizo beber crispado, en un gesto demente,
En sus ojos el cielo y el huracán latente;
El dulzor que fascina y el placer que destroza.
Relámpago en tinieblas, fugitiva belleza,
Por tu brusca mirada me siento renacido.
¿Volveré acaso a verte? ¿Serás eterno olvido?
¿Jamás, lejos, mañana?, pregunto con tristeza.
Nunca estaremos juntos. Ignoro adónde irías.
Sé que te hubiera amado. Tú también lo sabías.
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