10 de febrero de 2011

Joaquín Ramón Martínez Sabina (Úbeda, Jaén, 12 de febrero de 1949)

Ahora que no estás
el dolor deja paso a una antigua tristeza,
va cayendo la noche,
nadie llama a mi puerta,
y me duerme el silencio como una madre buena.

Lo peor del amor, cuando termina,
son las habitaciones ventiladas,
el solo de pijamas con sordina,
la adrenalina en camas separadas.
Lo malo del después son los despojos
que embalsaman los pájaros del sueño,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.
Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a galeras los archivos.
Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos...

Pasó por fin, se te cruzó un buen chico
(dime su gracia si te da la gana)
y rechacé el papel de indiano rico
mecenas del divorcio de tu hermana.
La noche que perdiste el miedo al miedo
fue tan corta que dura todavía,
por más que yo, maldito José Alfredo,
te diera más de lo que no tenía.
Me costará ¿qué quieres que te diga?
ser elegante sin romper cristales
ahora que ni siquiera eres mi amiga.
No enseñan a olvidar las autoescuelas,
pero, hasta los feroces animales
lloran cuando los dejan a dos velas.


El cuerpo tiene un ayer
que no se cura mañana,
nueve noches por semana
sin ganas de amanecer.
Laberintos del placer
cuando baja la persiana
del crepúsculo, Diana,
cazadora de vía estrecha,
clava su póstuma flecha,
en mi podrida manzana.
El corazón es un flan
que encoge con cada pena
y se inflama cuando suena
la flauta dulce de Pan.
Eva se va con Adán
porque el amor desenfrena
y, al calor de la verbena,
siempre aparece un muchacho
que le financia el gazpacho
después de la noche buena.
El deseo es un corcel
que la madurez embrida,
cuando el bajel de la vida
no acepta tratos con él.
No se trata de ser fiel
a la esposa malquerida
ni echar vinagre en la herida
de la loca juventud;
la pasión y la salud
pierden siempre la partida.

Ese momento de la madrugada
cuando ya se ha bebido todo el vino del mundo
y no queda en el alma más que el terco deseo
de dormir abrazado a un cuerpo conocido.

Nada hay en las calles
que llene el corazón; lo sabes
y no obstante
un día y otro vuelves
a ellas respondiendo a la voz
de una oscura llamada, buscando
acaso sólo renovar el calor del regreso
a la casa y a la mujer que espera.
Pero no. Que mañana
lo que nunca encontraste
puede estar aguardando por ti en cualquier esquina.

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