4 de marzo de 2010

Carlos Montemayor (n. Parral, Chihuahua, 13 de junio de 1947 † México, D.F., 28 de febrero de 2010)


Dejo abiertas las puertas de la casa
para que todos mis amigos,

con sus recuerdos y su dicha,
con sus amores destruidos y
persistentes,
lleguen con su risa y sus vasos desde el primer día de mi vida.
Dejo abiertas las puertas de la casa
para esperar a mis padres en [medio de mi infancia

Y caminar de la mano con ellos por una mañana.

Dejo abiertas las puertas para que lleguen mis hijos
con sus risas [imborrables,

tropezando en innumerables vidas.
Para que lleguen las mujeres que he amado,

y decirles el tiempo que las esperé,

las tardes que las he comprendido.

Para que el viento inunde la casa,
los libros,
los muebles,
los [días,

oyendo todo lo que es posible.

Dejo abiertas las puertas de la casa
para estar siempre en el mundo.


Dicen que el día de ayer mi amigo emprendió un largo viaje.
Sé que los poetas estamos acostumbrados a dilatadas travesías.
A veces las iniciamos desde nuestra mesa, desde la ventana, desde una página en blanco.
Nuestros viajes no son para descubrir o conquistar territorios; cuando logramos regresar, a menudo nos damos cuenta de que sólo pudimos comprender los territorios que son nuestros.
No lo hacemos tampoco porque deseemos estar en muchos lugares, salvo en ciertos sitios, en algunos instantes.
No podemos permanecer para siempre en la mujer que hemos amado, en el abrazo del sol y de las tierras que han sido también nuestra familia.
No podemos extender para siempre el brindis con los amigos fraternos y disertadores, que cantan y discuten hasta que despiertan el alba.
Tampoco viajamos para alcanzar el aliento de la poesía que nos guío:
sí para escuchar nuestro corazón, que no quiere entender.
Dicen que mi amigo ha emprendido un largo viaje.
Me imagino que se trata de una nueva jornada hacia la luz.
Una luz ahora lo recibe, lo comprende y le explica cómo somos.
Quizás, tras el túnel de luz que ha recorrido, lo recibe un aliento suave de aurora, acaso un velo gris de silencio, o tal vez un pequeño poblado que está de fiesta.
Me parece ver el pueblo en los valles de los Prealpes.
¿O será en lo alto de las cordilleras del Yang-Tse?
¿En aquella cadena de montañas, conocidas como las murallas de Chiang Tsun, donde termina pronto el verano y llegan los vientos fríos del norte, donde las águilas vuelan sobre las cumbres y su vuelo parece un dibujo, se asemeja a un pensamiento?
Quería regresar ahí, acaso.
O posiblemente estamos en la página en blanco de su viaje. Ahí levanta los brazos y nos llama, somos parte de esa fiesta que no termina, parte de ese largo viaje que a cada uno de nosotros nos sigue buscando, nos sigue recibiendo.
Lo distingo allá, a lo lejos.
Levanto la mano para saludarlo.
Pero sé que viaja entre nosotros.

2 comentarios:

DiosLuz dijo...

ni hablar

otra vez la pinche muerte

y sus ganas de chingar

se llevo a Don Carlos

sin preguntarle si se quieria
ir

Anónimo dijo...

Ojalá a nosotros nos toquen la puerta antes de que nos lleven, si no, pues ya nos veremos del otro lado karnal