16 de julio de 2009

Beatriz Pimentel (Morelia, Michoacan. 16 julio 1984...)

EL ÚLTIMO TRAGO
En la noche todos los ojos
se cierran,
hasta que se cierran
por última vez.
Un poco antes
de desvanecerse
de todo hálito,
se mira alrededor,
se respira hondo el moho
de huellas perdidas
en la sonrisa de la soledad.
Toda vereda se vuelve próxima
luminosa, llena de claridad
sin más lejanía
que un próximo paso
cada vez más difícil de dar.
Entonces se está uno quieto
se da tiempo
todo el tiempo del mundo
para percibir las cosas
como si fuera la primera vez:
la silla que sostiene el cuerpo
llena de olor a cigarro y gente,
el humo que sale de la boca
entre palabras
y bocanadas azules,
como si nacieran sirenas.
Todos los murmullos
chocan contra las paredes
rebotan en los oídos
como la música del último compás.


Y los sabores:
la lengua tibia que danza
en el sabor amargo
de la cerveza,
el gusto metálico
de cada frase
articulada con tal precaución
de paloma herida
que todo se vuelve una certeza
ya nada más importa.
Ahí, en el vaso que se inclina
en el fondo del último trago
que parece durar para siempre
se encuentran todas las voces
las caras familiares
los corazones rotos
las bocas besadas
las risas, tantas risas.
Todo se cubre de abrazos
y mientras el trago espera su caída
dan ganas de dar un largo parpadeo
con tal arrullo de recuerdos,
como bostezo del tiempo,
en que las horas se fragmentan
en noche sin amanecer.
El trago cae, denso y fatal
llega por fin el parpadeo
y se detiene, para quedarse,
pero es sutil
y deja por un instante flotando
rostros sonrientes
brazos, muchos,
sobre los hombros;
antes de dar paso definitivo
a la quietud
de la oscuridad.
ENCOMIENDA
Buscando tus huellas,
marchita de espera
de repente sé
que no vas a llegar.
Te perdí en la lejanía
en tu infinita tristeza
más grande que cualquier corazón
más profunda que todos mis besos
Me perdí en la fantasía
en el sueño de ser
tu felicidad
y más bien me volví
otro fantasma en tu memoria

Nos pasamos la vida buscando
como ciegos
en cada rincón
bajo todas las piedras
entre todos los libros
dentro de bares y salones
con el corazón en la mano
y dos dedos de frente
a manera de escudo
o para no ver
ni sentir
la inminente caída.

Buscamos con avidez de hambriento
un refugio donde posar
la esperanza.
Donde aguardar que la certeza
sea menos hueca..
Para sentirnos seguros y
sembrar las gotas de sueños
que le restan al pesimismo
Esperando que crezcan
y curen todas las heridas.



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