Se siente el clamor de la alfombra bajo dedos mudos y viajeros.
En la soledad de la habitación
el aire estático es cómplice de segundos que duran horas,
de silencios que no llegan retrasados por murmullos de calle
y los latidos incansables del pensamiento.
La cama, la silla, el librero,
hablan a voces polvorientas
de otras soledades compartidas,
cuando las palabras se volvían sombras
y las sombras suspiros.
Páginas no escritas salen del cuarto,
un temblor inmaduro restriega los ojos
y los vuelve tinta en el papel de mi rostro.
Escribe en mis párpados las cenizas de otros ojos
los guiños fugados de otras miradas
que en la presente quietud se diluyen hasta formar espasmos.
La duda cae como hoja seca,
llena el cuarto con su aroma a melodías tiesas,
tacto suspendido apresado en la imposibilidad.
Los besos no dados,
son savia de sueños perdidos,
nombres difusos infinitamente lejanos,
que hacen de mi lengua arena y de mi olvido, barro.
Las frases no dichas
son fruto marchito de principios
que entre exilios y fugas nunca encontraron puerta.
Ahora todo se amontona,
se revuelve, se hace añicos entre el mutismo y el polvo.
Se eleva hasta hacerse uno con los rayos de sol
que apenas traspasan la cortina,
como si se trataran de la calma distante,
aguardando la rendición a lo irreversible.
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