5 de marzo de 2009

Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana (San Miguel Nepantla, 12 de noviembre de 1651- Ciudad de México17 de abril de 1695)

¡O llama de amor viva
que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres, ¡rompe la tela de este dulce encuentro!

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste
habiéndome herido;
salí tras ti clamando y eras ido.

Pastores, los que fueres
allá por las majadas al otero,
si por ventura vieres
aquel que yo más quiero,
decídle que adolesco, peno y muero.

(...) Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado,
donde mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.
Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.
Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día.

Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
(...) Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
(...) Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
(...) Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

(...) Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia

juntáis diablo, carne y mundo.

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